Biblioteca de Felanitx: Dos visitas completamente diferentes

Me he perdido -voluntariamente- una vez más por las calles de Felanitx. Voy absorta en mis pensamientos mientras con los auriculares escucho de fondo la entrevista que le hizo Jordi Wild a Arturo Pérez-Reverte. Es una bonita forma de abstraerme del mundo que me rodea. De los sonidos más bien. Porque mientras me desplazo hacía la biblioteca voy absorbiendo con la mirada las formas y los colores que me rodean.

Tomo nota mental de cada callejuela, rincón o fachada de mi interés. Cualquier pequeño detalle puede ser la chispa necesaria para que las musas acudan a dar este pequeño paseo conmigo. 


Aunque mi fisioterapeuta dice que debo empezar a andar por mi barrio -además de ir a diario a rehabilitación- parece ser que mi rodilla no esta del todo de acuerdo. De vez en cuando me da un latigazo de dolor, se niega a soportar el peso de mi cuerpo, y por más que quiera, no hay manera de "estirar la pata" completamente. 

Yo obedezco y sigo las directrices que me dan. Eso no quita que muchas veces al día siguiente tengamos que convenir juntas que vuelva a reposar porque mi pierna se a vuelto a inflamar negándose a sanar al ritmo que nosotras le pedimos. -Ella tiene su propio ritmo- me dijo la última vez que me vio el traumatólogo. 

Dejo de lado esta auto revisión medica que mentalmente me he hecho y me centro en esquivar los charcos de agua. ¡Solo me falta volver a caerme! -Pienso- .Realmente eso me asusta, así que trato de espantar cuanto antes ese pensamiento a manotazo limpio. Tan solo voy a centrarme en seguir avanzando con cuidado, me digo a misma. Y así lo hago.
Solo recuerdo haber estado una vez con anterioridad en esta biblioteca. Fue cuando la pandemia del Covid estaba en auge y mi visita no fue nada grata. Las normas eran tan fastidiosas como en el resto de lugares. Yo acudí a este templo de la cultura buscando refugio, huyendo de la realidad de locos que me rodeaba. Pero tristemente -aunque pensándolo bien era lo más obvio- me encontré con más de lo mismo. 
                                                                   
Normas y más normas. Nuevas, extrañas y chirriantes hasta el extremo. "No se pueden tocar los libros. Si quieres ver alguno nos lo dices a nosotras y te lo sujetaremos para que puedas verlo". Me dijo con toda su buena fe una de las mujeres que allí estaban. Yo me quedé con mi cara de póker tratando de entender las directrices que me acababan de dar. No por complicadas, sino por desquiciantes.                                                                                                         
Mi espíritu rebelde se negaba a aceptar somera tontería, pero mi mente racional me dijo "bueno, demos una vuelta rápida y nos vamos". Y así lo hice. Paseé por las estanterías molesta, incomoda y frustrada. Comenté algunas cosas con las bibliotecarias, que por cierto, fueron encantadoras en todo momento y me informé un poco sobre su funcionamiento interno para próximas visitas (para mucho más adelante, cuando todo esto se relaje un poco, pensé para mí misma)

Volví a la calle medio mosqueada. Por una parte no había podido disfrutar del placer de ver, ojear y toquetear los libros que me seducían desde sus estantes tratando de ser los elegidos de ese día. Por otra parte, me fui horrorizada pensando ¡vaya biblioteca más pequeña para el tamaño que tiene Felanitx! Lo cierto es que yo solo había visto una pequeña parte, pero en esos momentos yo no era consciente de ello. Lo descubriría en mi segunda visita.
Segunda vez que entro en este lugar. La experiencia es totalmente diferente a la anterior: totalmente grata. Ahora sí, puedo tocar el "género". Deslizar mis dedos sobre sus lomos. Acariciar sus hojas. Sentir la textura de sus encuadernaciones. Frías, rugosas, suaves, plastificadas. Un mundo lleno de sensaciones táctiles. Los lectores de la vieja escuela somos así. Así de absurdos, para unos. Así de románticos, para otros. Todo depende del punto de vista de cada uno. 
Esta vez, con mis manos guiándome, sin necesidad de tener que actuar como gilipollas esperando que otra persona lo haga por mí, todo es mucho más fácil, más natural. La visita fluye con su debido ritmo. No puedo evitar una sonrisa cínica en mi rostro mientras escribo estas palabras. ¿Os imagináis ir con hambre a un restaurante y que el camarero os diga que ellos van a comer por vosotros? Pues así me sentí yo. Es verdad que no se ofrecieron a leerme, pero fue lo único que les faltó a las pobres muchachas. En la pandemia todos -o al menos la mayoría- de los currantes nos sentimos obligados a hacer cosas de lo más extrañas para conservar nuestros puestos así como para no dañar a nuestras respectivas empresas. Y así seguimos aún en muchos aspectos.

Dejándome embriagar por el lugar y atenta -esta vez sí- a todos los detalles que me rodean, bajando la mirada por las blancas barandillas de una escalera me he dado cuenta de que hay otra sala más abajo. Hablo con la chica que me atiende hoy. María Magdalena me ha dicho que se llama. Como mi abuela materna, pienso, usando esta asociación como ejercicio mnemotécnico para tratar de no olvidar su nombre, así como un anclaje mental. Me explica que arriba hay otra sala más. 

Ahora me doy cuenta que la biblioteca es mucho más grande de lo que yo pensé la primera vez que vine. Lo que pasa es que está subdividida en varios pisos. -¡Es un palomar!- Me dice la voz de mí otra abuela con su tono jocoso habitual. Sonrío de nuevo. ¡Que cosas tienes abuela! Le digo mentalmente. ¡Cuánto te hecho de menos! Pienso flojito para que no me oiga porque no quiero ponerla triste. Aunque sé que está en un lugar mejor que este no puedo evitar el egoísmo de querer tenerla aquí físicamente. 

Bajo las escaleras así como puedo. Advierto a la mujer que estoy medio coja disculpándome por mi lentitud al seguirla. Preocupada por mi integridad física se afana en decirme que hay un ascensor que puedo usar. Agradeciendo sinceramente su amabilidad le insisto en que no se preocupe. ¡Así refuerzo un poco esta dichosa rodilla! Le digo, riendo. Sigo bajando torpemente pero con sumo cuidado repitiendo el mismo pie en cada bajada. Ya que la dichosa pata de palo se niega a colaborar la dejo atrás cada vez apoyándome en cada escalón sobre mi pata buena.

Es en la parte de abajo que me atrevo a tomar algunas fotos robadas. En principio eran solo para mí, para guardar en mi telefono de recuerdo y sobretodo, algunas en concreto de los títulos que me han llamado más la atención para cogerlos más adelante.

Pero ya estando en casa he pensado ¿y si hago un reel con la fotos? Y cuándo he ido a publicar el reel he pensado ¿Y por qué no escribo un poco sobre esta visita en mi blog? Y aquí estoy yo tecleando mientras Cuca, mi amada yorkie, me mira desde el Sofá con cara de aburrida. Y el dichoso periquito azul no para de roer los hilos de su columpio de macramé como si fuera un ratón. Cada uno a lo suyo.

Creo que por hoy ya basta de escribir. Tengo ganas de terminar el libro que tengo en sus ultimas paginas. Y quiero empezar a leer alguno de los tres que están en casa temporalmente. Sé que están tan ansiosos como yo, esperando su turno sobre la mesita plegable para contarme sus historias, antes de volver pacientes a la biblioteca, a la espera de que otro devorador de letras, los elija como conductores de su próximo viaje.





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